PONTIFICIO CONESEJO "COR
UNUM"
Algunas cuestiones de
ética relativas a los enfermos graves y a los
moribundos
27 de junio de
1981
1. INTRODUCCIÓN
1.1. El Grupo de
Trabajo
En el cuadro de su mandato para asegurar
la coordinación de las actividades sobre la salud desarrolladas en el
mundo
Católico, el Consejo Pontificio Cor Unum reunió, del 12 al 14
de noviembre 1976,
a un Grupo de Trabajo sobre algunas cuestiones éticas
relativas a los enfermos graves y a los moribundos. Fue este un grupo
interdisciplinario formado por unas quince personas: teólogos, médicos, miembros
de Congregaciones Religiosas dedicadas al cuidado de los enfermos, enfermeras y
capellanes.
1.2. Su tema
Los recientes progresos de la ciencia
repercuten de manera creciente en la práctica médica, especialmente en los
enfermos graves y a los moribundos. Este estado de cosas promueve una serie de
problemas de orden teológico y ético sobre los cuales, quienes están empeñados
en las profesiones sanitarias desean recibir una iluminación autorizada. Es el
caso de los profesionales cristianos que trabajan en medios cristianos, y es
todavía más, de quienes trabajan en un ambiente no cristiano, pero cuya
actividad debe inspirarse en su fe y dar su testimonio.
Ahora bien,
el campo de la ética médica es para muchos objeto de especulación, de
informaciones aproximadas, de concepciones erróneas: todas esas cosas hacen que
reine en él una gran confusión. No es el propósito de Cor Unum emprender un
vasto programa de investigaciones doctrinales que corresponde a instancias más
elevadas y competentes. El encargo asignado a su Grupo de Trabajo era más
modesto, analizar las nociones de base, poner en evidencia algunas distinciones
que se imponen y formular una u otra respuesta práctica a los problemas que
presentan la pastoral y el cuidado de los moribundos.
1.3. Sagrada Congregación para la
Doctrina de la Fe
El 5 de mayo de 1980, este Dicasterio
publicó una «Declaración sobre la eutanasia» que exponía con autoridad los
principios de doctrina y de moral concernientes a este grave problema que ha
llamado el interés de la opinión pública; las conciencias se interrogaban,
especialmente a continuación de casos particulares, pero célebres, de lo que se
ha dado por llamar “el encarnizamiento terapéutico”. Este importante documento,
después de recordar el valor de la vida humana, trata sobre la eutanasia, da al
cristiano principios de juicio y de acción ante el sufrimiento y el uso
de medicamentos analgésicos así como sobre la utilización de los medios
terapéuticos.
1.4. Publicación del trabajo de COR
UNUM
El estudio del Grupo de Trabajo de 1976
es de orden más bien pastoral y responde a preguntas precisas y concretas hechas
a Cor Unum por los capellanes, los médicos y las enfermeras. A continuación de
la
«Declaración sobre la eutanasia» editada por la S.C. para la
Doctrina de la Fe, se ha solicitado al Consejo Pontificio que publique el
Informe de su Grupo de Trabajo; esto es una vocación para agradecer a todos
aquellos que en él participaron con tanta competencia y experiencia.
2. PROBLEMAS
FUNDAMENTALES
2.1. La vida
2.1.1. Significado cristiano de la
vida
La vida es un don dado por el Creador al
hombre; este don es otorgado en función de una misión. Por consiguiente, la
primera cosa que hay que poner en evidencia no es el «derecho a la vida»; el
derecho sigue la disposición de Dios que no pretende dar la vida al hombre como
un objeto del que él dispondrá a su capricho. Ella se orienta hacia un fin hacia
el cual el hombre tiene la responsabilidad de dirigirse: su perfección personal
según el designio de Dios.
El primer
corolario de esta aserción fundamental es que renunciar por si mismo a la vida
es renunciar a un fin del que nosotros no somos los dueños. El hombre está
llamado a hacer uso de su vida, no tiene el derecho de destruirla por si mismo.
Tiene el deber de cuidar su cuerpo, sus funciones, sus órganos, y hacer todo lo
posible por ser más capaz de alcanzar a Dios. Este deber comporta la renuncia a
cosas que por si solas, son bienes; llega a veces hasta el sacrificio de la
salud y de la vida por la preocupación de esas cosas cuando, en efecto, los
valores superiores no pueden ser abandonados. También en los cuidados que hay
que tener para mantener la salud y conservar la vida, debe existir una
proporción, sea con los bienes superiores que quizás están en juego, sea con las
condiciones concretas en las que el hombre vive su
existencia.
2.1.2. No se puede disponer de la vida de
los demás
Si no se permite a nadie que disponga,
con toda libertad, de su propia vida, esto vale a fortiori también para la vida
de los demás. En particular, no se puede hacer del enfermo un simple objeto de
decisiones que por si mismo no toma, o, si él se encuentra impedido, que él
mismo no pueda aprobar. La «persona», responsable principal de su propia vida,
debe ser el
centro de toda asistencia; los demás están allí para ayudarla,
no para reemplazarla. Pero esto no significa que los médicos o los miembros de
la familia no se encuentren a veces situados en circunstancias en las que ellos
deben decidir por un enfermo, que por distintos motivos es incapaz de hacerlo, y
sobre los cuidados y los tratamientos que hay que aplicarle. Pero a ellos, más
que a cualquier otro, se aplica la prohibición absoluta de causar perjuicios a
la vida del paciente, aunque esto fuese por compasión.
2.1.3. Derechos primordiales de la
persona humana
El Grupo de Trabajo pone este llamamiento
doctrinal esencial como base de sus consideraciones. No se trata de disimular la
inmensa dificultad que comporta conferir un significado a la vida y a la muerte
para aquellos que no comparten nuestra fe o no nutren ninguna convicción en un
más allá de la vida terrestre. Por otra parte, los cristianos consideran que su
posición no es exclusiva de ellos. Lo que está en juego es la defensa de los
derechos primordiales de la persona humana; no se podría transigir al respecto,
especialmente cuando esos derechos se encuentran puestos en discusión a nivel
político y legislativo. Para convencer a aquellos para quienes todo termina con
la muerte, del respeto debido a su propia vida y a la del prójimo, el argumento
de más seguro alcance proviene de poner en evidencia las consecuencias que
acarea en una sociedad la falta de rigor para la protección de la
vida.
2.2. La muerte
2.2.1. Significado cristiano de la
muerte
La muerte del hombre señala la
terminación de su existencia en su condición corporal. Ella pone fin a la fase
de su vocación que consiste en el esfuerzo de dirigirse, en el tiempo, a su
perfección integral; para el cristiano, el instante de la muerte es el de su
unión definitiva con Cristo. El está llamado hoy más que nunca a recordar esta
concepción religiosa y cristológica de la muerte. Esta debe ser acompañada
por el sentimiento más vivo de la contingencia de la existencia en el cuerpo y
por la conexión entre la muerte y nuestra condición de pecadores. «Si vivimos,
para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. Así que, ya vivamos
ya muramos, del Señor somos» (Rom XIV, 8). La actitud ante los moribundos se
inspirará pues en esas reflexiones y no podrá reducirse a un simple esfuerzo de
la ciencia para aplazar el final lo más posible.
2.2.2. Derecho a una muerte humana y
digna
A este propósito, los miembros del Grupo
provenientes del Tercer Mundo han deseado que se pusiera en evidencia la
importancia que tiene para el hombre terminar sus días, dentro de lo posible, en
la integridad de su personalidad y de las relaciones que él mantiene con su
medio, ante todo con su familia. En las naciones técnicamente menos
desarrolladas, pero también menos sofisticadas, la familia está alrededor del
moribundo y él mismo siente como una necesidad y un derecho esencial de estar
así rodeado. Ante las condiciones de aplicación de ciertas terapias y del
aislamiento total que ella imponen al enfermo, no está fuera de lugar mencionar
que el derecho a morir como hombre y con dignidad comporta esa dimensión
social.
2.2. El sufrimiento
2.3.1. Significado cristiano del
sufrimiento
Ni el sufrimiento (suffering) ni el dolor
(pain), que es necesario distinguirlos entre sí, son fines en sí mismos.
Científicamente, reina todavía la más grande incertidumbre sobre los
constitutivos del dolor. En lo que respecta al sufrimiento, este vale a los ojos
del cristiano sólo por el amor que en él expresa y por los efectos de
purificación que puede tener; Pío XII lo ha revelado en su Discurso del 24 de
febrero 1957, un sufrimiento demasiado intenso es susceptible de impedir el
dominio que el espíritu debe ejercer. No se debe pues considerar que todo
sufrimiento y todo dolor deban ser soportados a toda costa o que sea un deber,
en un espíritu estoico, tratar de no endulzarlos o no calmarlos. Sobre este
punto el Grupo estima que lo mejor es remitirse al texto de Pío
XII.
2.3.2. Efectos del sufrimiento y del
dolor
La capacidad de sufrir varía con los
individuos. Pertenece al equipo sanitario, al médico, al personal enfermero, sin
olvidar al capellán, la deliberación de los efectos del sufrimiento y del dolor
en la condición espiritual y psicológica del paciente y poner en obra, en
consecuencia, la aplicación u omisión de un tratamiento; es necesario también,
escuchando pacientemente al enfermo, poder percibir la realidad de su
sufrimiento, porque al fin de cuentas es él quien sigue siendo primer juez. Sin
duda, el médico puede estimar que al paciente le falta un poco de coraje o que
es capaz de soportar más de lo que se cree, pero es al enfermo a quien
corresponde la última opción.
2.4. Los medios
terapéuticos
2.4.1. Medios ordinarios y medios
extraordinarios
El Grupo se ha detenido en la distinción
entre “medios ordinarios” y “medios extraordinarios” a los cuales se recurre en
el tratamiento de las enfermedades. Si bien es cierto que en la terminología
científica y en la práctica médica el uso de estas expresiones tienden a ser
superado, ellas mantienen su valor a los ojos del teólogo para dirimir problemas
morales de la más grande importancia, puesto que el término “extraordinario”
califica medios a los cuales no se tendrá jamás la obligación de
recurrir.
Esta
distinción permite ver más de cerca las realidades complejas y juega en ello un
papel de mediación (middle axiom). La vida es en el tiempo un valor primordial pero
no absoluto y, por consiguiente, es necesario discernir los límites de la
obligación de mantenerse en vida. La distinción entre medios «ordinarios» y
«extraordinarios» expresa esta verdad y de ello se desprende la aplicación a los
casos concretos. El empleo de términos equivalentes, en particular “cuidados
proporcionados”, expresa la cosa de manera probablemente más
satisfactoria.
2.4.2. Criterios
Los criterios para distinguir los medios
extraordinarios de los medios ordinarios son múltiples; se los aplicará según
las exigencias de los casos concretos. Unos son de orden objetivo, tales como la
naturaleza de los medios, su costo, las consideraciones de justicia en su
aplicación y en las opciones que esto implique; otros son de orden subjetivo,
como por ejemplo la necesidad de evitar a tal paciente choques psicológicos,
angustias, malestares, etc. Para decidir los medios a los cuales recurrir, se
tratará siempre de establecer la proporción existente entre el medio y el fin
buscados.
2.4.3. Importancia del criterio de la
calidad de la vida
Entre todos los criterios, se fijará la
atención de manera particular en la calidad de la vida salvada o mantenida por
la terapia. La
Carta del Cardenal Villot al Congreso de la Federación
internacional de las Asociaciones médicas católicas es, a este propósito,
explícita: «Es necesario subrayar que el carácter sagrado de la vida es el que
impide al médico matar, y el que, al mismo tiempo, le impone el deber de emplear
todos los recursos de su arte para luchar contra la muerte. Pero, lo dicho no es
para obligar al médico tratante a utilizar todas las técnicas de supervivencia
que la ciencia, infatigablemente creadora, le ofrece. En la mayoría de los
casos, ¿no sería una tortura inútil imponer la reanimación vegetativa en la
última fase de una enfermedad incurable?» (Documentation Catholique, 1970, pág.
963).
El criterio
de la calidad de la vida no es el único a entrar en juego puesto que, como se ha
dicho antes, las consideraciones subjetivas han de intervenir en la formación
del juicio prudencial sobre la acción a emprender o a omitir. De todo esto el
punto fundamental, es que la decisión sea tomada sobre la base de una
argumentación racional teniendo en cuenta los distintos elementos de la
situación y comprendiendo la incidencia sobre el medio familiar. Por lo tanto,
el principio es que no hay obligación moral de recurrir a medios extraordinarios
y que, en particular, el médico debe inclinarse ante la voluntad del enfermo que
rechaza un recurso tal.
2.4.4.
Medios mínimos obligatorios
Pero permanece la obligación estricta de
procurar a toda costa la aplicación de los medios llamados “mínimos”, los que
son destinados normalmente y en las condiciones habituales a mantener la vida
(alimentación, transfusión de sangre, inyecciones, etc.). Interrumpir su
administración constituirá prácticamente querer poner fin a los días del
paciente.
3. LA EUTANASIA
3.1. Imprecisión de la palabra:
«eutanasia»
Histórica y etimológicamente la palabra
«eutanasia» significa «muerte apacible y sin dolor». En el uso corriente
contemporáneo, la palabra cualifica un acto o una omisión que tiende a abreviar
la vida del paciente. Esta acepción común, en los debates sobre la eutanasia,
causa una confusión notable que urge disipar. Textos como los que han sido
emitidos recientemente por las Asambleas Parlamentarias muestran los efectos
perjudiciales que engendra la falta actual de precisión. Por otra parte, los
progresos contemporáneos de la medicina han vuelto también ambigua, y
probablemente superflua, la distinción entre «eutanasia activa» y «eutanasia
pasiva», a la que sería preferible renunciar.
3.2. Actos y decisiones que nada tienen
que ver con la eutanasia
En consecuencia, el Grupo es del parecer
que, por lo menos en los medios católicos, prevalezca un lenguaje que no utilice
para nada la palabra «eutanasia»:
- para
designar los cuidados terminales ( «terminal care») destinados a hacer más
soportable la fase final de la enfermedad (rehidratación, cuidados de
enfermería, intervenciones médicas paliativas, acompañamiento del
moribundo..);
- ni para
designar la decisión de renunciar a ciertas intervenciones médicas que no
parecerían apropiadas a la situación de enfermo (en el lenguaje tradicional,
“decisión de renunciar a los medios extraordinarios”). No se trata entonces de
una decisión de hacer morir pero sí de “ser moderado” en los recursos técnicos y
de no obrar “irracionalmente”, sino “prudentemente”;
- ni para
designar el acto de aliviar al enfermo de su sufrimiento, quizás con el riesgo
de abreviar su vida. Este acto forma parte de la misión del médico que no es
sólo la de sanar o prolongar la vida, sino más generalmente la de asistir al
enfermo y aliviarlo si él sufre.
3.3. Significado estricto de la
palabra
Habría que reservar la palabra
“eutanasia” al acto de poner fin a los días del enfermo. Es en este sentido que
Pío XII repite: la eutanasia no es jamás lícita (Discurso del 24 de noviembre
1957, Documentation Catholique, pág. 1609).
Si bien en
la práctica las distinciones citadas más arriba son a veces difíciles de hacer,
sin embargo, parecerían aptas para conferir a la palabra “eutanasia” un
significado exento de ambigüedades y, por lo tanto, para dar al médico algunos
puntos de referencia; él es quien, después de la consulta con el equipo
sanitario (muy especialmente con los enfermos y enfermas), los capellanes y la
familia, deberá tomar su decisión. El equipo sanitario tendrá en cuenta que los
principios morales o los valores inherentes a la persona son intangibles y que
el juicio prudencial sobre lo que se debe hacer o lo que no se debe hacer
(continuar, cesar o emprender, establecido en cada caso en función de esos
principios) no debe ser jamás arbitrario.
4. EL USO DE ANALGÉSICOS EN
LA FASE
FINAL
4.1. Diversos medios para aliviar el
sufrimiento
El uso de analgésicos centrales presenta
el riesgo de causar efectos secundarios: trastornos a las vías respiratorias,
alteración de la conciencia, dependencia y hábito. Es por esto que es siempre
preferible no hacer uso de ellos cuando el enfermo puede ser aliviado de su
sufrimiento con otros medios.
Los otros
medios son múltiples (medicamentos tales como la aspirina, inmovilización de
ciertas partes del cuerpo, irradiaciones, o también operaciones quirúrgicas y
sobre todo la lucha contra la soledad y la angustia del enfermo por medio de una
presencia humana). Se comienza también a utilizar técnicas que hacen que el
enfermo recurra al dominio de su propio cuerpo.
4.2. Empleo de analgésicos
centrales
No obstante, en muchos casos, el alivio
de los grandes sufrimientos, a veces intolerables, exige, en el estado actual de
nuestros conocimientos y de nuestras técnicas, el empleo de analgésicos
centrales (tales como la morfina) unidos a otras drogas.
No existe
una razón para rechazar el empleo de tales drogas, tanto más que los efectos
secundarios de esas drogas pueden ser muy reducidos gracias a un empleo juicioso
(dosis apropiadas, administradas con frecuencias convenientes). Ahora bien, en
el recurso a las drogas eficaces contra el dolor, en la medida de lo posible, la
consciencia del enfermo requiere un perfecto conocimiento de esos productos, de
su utilización, de sus efectos secundarios y de sus contraindicaciones. En el
momento de las decisiones al respecto, el puesto del farmacéutico en el equipo
curante y a veces al lado del enfermo, se revela
importante.
4.3. Necesidad de una presencia
humana
Es necesario estar en guardia contra la
tentación de creer que esas drogas son el único remedio suficiente contra el
sufrimiento. El sufrimiento humano comporta a menudo una dimensión de angustia,
de miedo ante lo desconocido que representan la enfermedad grave y la proximidad
de la muerte.
Esta angustia puede ser disminuida pero la mayor parte de las
veces no aliviada totalmente con las drogas. Sólo una presencia humana, discreta
y atenta, que permita al enfermo expresarse y encontrar consuelo humano y
espiritual tendrá un efecto calmante.
4.4. ¿Está permitido sumir al enfermo en
estado de inconsciencia?
Esto nos permite abordad el problema de
la licitud, en la proximidad de la muerte, del empleo de drogas que suman al
enfermo en la
inconsciencia. Este empleo se impone en ciertos casos, y el
Papa Pío XII ha reconocido su legitimidad bajo ciertas condiciones (Discurso del
24 de febrero 1957).
Sin embargo,
la tentación a recurrir sistemáticamente a esas drogas es grande, sin duda
muchas veces por compasión, pero también con frecuencia más o menos
deliberadamente para evitar a todos aquellos que frecuentan al enfermo (médico,
enfermeros, parientes ...) la relación frecuentemente difícil y dolorosa con un
ser humano próximo a la muerte. Entonces no se busca
más el bien de la persona enferma, sino la protección de las personas sanas
dentro de una sociedad que tiene miedo a la muerte y la huye con todos los
medios que están a su disposición. Se priva al enfermo de la posibilidad de
“vivir su muerte”, de alcanzar su aceptación serena, de la apacibilidad, de la
relación a veces intensa que podría establecerse entre ese ser humano reducido a
una gran miseria y un interlocutor privilegiado. Se priva de la posibilidad, si
es cristiano, de vivir su muerte en comunión con Cristo.
Es necesario
pues protestar contra la sumersión sistemática de los enfermos graves en la
inconsciencia y, al contrario, invitar al personal médico y enfermero a recibir
la necesaria formación para escuchar a los moribundos, y a crear entre ellos
relaciones tales que les permita apoyarse mutuamente en el acercamiento a los
moribundos y en la ayuda a las familias que acompañen a su pariente durante la
última fasi de su vida.
4.5. Narcosis y decisión del enfermo
En toda esta materia, el principio
fundamental ha sido puesto por Pío XII en el discurso antes citado, la decisión
corresponde al enfermo: “Sería evidentemente ilícita la práctica de la anestesia
contra la voluntad expresa del moribundo (cuando el es «sui juris»). Si existen razones graves
en favor de una anestesia, se recordará que el moribundo no podría moralmente
someterse a ella si no hubiera satisfecho antes los deberes urgentes que
comporta el fin de una vida” (Cf. inf. 6.6.1.). El médico que es solicitado por
el enfermo al recurso de la narcosis “no se prestará a ello, sobre
todo si él es
cristiano, sin haberlo invitado por si mismo o, mejor aún, por intermedio de
otra persona, a cumplir antes con esos deberes” (loc.cit.). Pío XII precisa que
si el enfermo rechaza eso, insistiendo en el pedido de la narcosis, el médico
puede practicarla; “el médico puede consentir en ella sin hacerse culpable de
colaboración formal en la falta cometida. Ésta, en efecto, no depende de la
narcosis, sino de la voluntad inmoral del paciente; que se le procure o no el
analgésico, su comportamiento será idéntico; él no cumplirá con su deber”
(loc.cit.).
5. LA MUERTE
CEREBRAL
5.1. Su definición compete a la ciencia
médica
En su discurso del 24 de noviembre 1957,
Pío XII dice que “pertenece al médico... dar una definición clara y precisa de
la 'muerte' o del 'momento de la muerte'“. Sin duda, no se
podría esperar de la ciencia médica nada más que una descripción de criterios
permitiendo establecer que la muerte sobrevino, pero lo que el Papa desea decir
es que ese juicio pertenece al médico y no a la competencia de la Iglesia. A las razones
que él mencionaba para ilustrar la práctica se agregan hoy los pedidos de
transplantes de órganos, y la necesidad que para eso se requiere de saber
constatar la muerte del “donante” antes de practicar la extracción de los
órganos.
5.2. Dificultades de esa
definición
El establecimiento de una definición
médica de la muerte es complicada por el hecho de que, en el estado actual de
nuestros conocimientos, la muerte no parece consistir en una cesación
instantánea de todas las funciones del organismo, sino mas bien en una serie
progresiva de cesaciones definitivas de las distintas funciones vitales. En
primer lugar desaparecería la función más compleja, aquella que regula el
conjunto del organismo y que reside en el cerebro; luego serían afectados los
distintos sistemas (sistema nervioso, cardiovascular, respiratorio, digestivo,
urogenital y locomotor) por la necrosis y, finalmente, los elementos celulares e
infracelulares. Pero todavía hoy, es importante ser prudente, pues subsisten
muchas incertidumbres al respecto de una “definición médica de la muerte”.
Sin embargo,
se está formando un consenso común creciente para considerar como ya muerto al
ser humano del que se haya constatado la falta de actividad total o irreversible
del cerebro (muerte cerebral). Distintas instancias han redactado listas de
criterios, no totalmente idénticos entre ellos pero concordantes, para
proporcionar un conjunto de indicios por o menos de muy elevada probabilidad.
Están vigentes (o en camino de ser establecidas), algunas pruebas convencionales
y actos administrativos que permiten proceder, cuando se reúnen los criterios
necesarios, a establecer las actas del deceso y, por consiguiente la extracción
de los órganos para su transplante.
5.3. La Iglesia es
interrogada
Se evidencia una creciente reticencia por
parte de las familias para autorizar la extracción de los órganos. Es por eso
que algunos grupos médicos, altamente autorizados, desearían que la Iglesia
hiciera una declaración oficial -así ha sido referido al Grupo- sobre la validez
de la afirmación de la muerte del ser humano cuando la muerte cerebral haya sido
debidamente constatada. El Grupo estima que un tal pronunciamiento requiere una
competencia superior a la suya, pero está convencido que, por medio del presente
informe se llamará la atención a quien corresponde. Aún si la solicitud fuera
tomada en consideración, la Iglesia, según nuestros teólogos, no podría
satisfacerla tomando a su cargo una aserción de orden científico, y todavía
menos una lista de criterios sobre la muerte cerebra. A lo máximo, ella llamaría
la atención sobre las condiciones en las cuales es legítimo dar crédito a un
juicio prudencial de quienes tienen la competencia específica de determinar el
hecho de la muerte.
5.4. Cuidados en caso de muerte
aparente
En lo que concierne a los cuidados a dar
en caso de muerte aparente, como lo ha ya dicho Pío XII, el médico tiene el
deber de esforzarse para restaurar las funciones vitales con todos los medios
ordinarios a su disposición. Sin embargo, llega un momento cuando la muerte debe
considerarse como un hecho real y en el que se pondrá fin, sin falta profesional
o moral, a los esfuerzos de reanimación (Discurso de Pío XII del 24 noviembre
1957).
6. COMUNICACIÓN CON LOS
MORIBUNDOS
6.1. El derecho a la
verdad
6.1.1. Preparación a la
muerte
La comunicación con los moribundos
presenta a la moral el problema del derecho de ellos a la verdad. A la pastoral como a los
profesionales sanitarios se les pone el problema del comportamiento que el
moribundo tiene derecho a esperar de quienes lo rodean. Los moribundos, y muy
especialmente aquellos que son castigados por una enfermedad incurable, tienen
derecho a ser informados de su estado. La muerte representa un momento demasiado
esencial para que su perspectiva sea eludida. Para un creyente, su proximidad
requiere una preparación y unos actos hechos con toda conciencia; para todo
hombre, la muerte es acompañada de la responsabilidad de cumplir con distintos
deberes que conciernen a su relación con la familia, al arreglo de sus asuntos
profesionales, a la puesta al día de su contabilidad, de sus deudas,
etc.
En cualquier
caso la preparación de la muerte comienza mucho antes de la proximidad y cuando
el hombre está todavía en buena salud.
6.1.2. Responsabilidades de quienes
rodean al enfermo
Corresponde a quienes se encuentran más
cerca del moribundo la aclaración sobre su estado. La familia, el capellán y los
profesionales sanitarios tienen cada uno de ellos que asumir su parte. Cada caso
tiene sus propias exigencias en función de la sensibilidad y del tacto de cada
uno, de las relaciones y del estado del enfermo; es previniendo sus eventuales
reacciones (rebeldía, depresión, resignación, etc.) que se preparará a afrontar
con calma y tacto el momento. Es conveniente mantener en el enfermo un rayo de
esperanza y no presentarle la perspectiva de la muerte como algo inevitable, a
condición de que esto no signifique ocultarle totalmente su posibilidad y hasta
su seria probabilidad.
6.1.3. Misión del
capellán
La asistencia perseverante del capellán
durante toda la enfermedad tiene también un puesto capital. Su misión le
confiere un papel privilegiado en la progresiva preparación a la muerte. Sin duda, al
final se mantiene el deber de creer en el efecto ex opere operato de los
sacramentos (reconciliación, viático, sacramento de los enfermos) y de su
administración, según las condiciones, en los casos previstos, a menos que la
aparición imprevista del sacerdote al último momento vuelva el ejercicio de su
ministerio muy difícil, a veces imposible. Por lo tanto, el capellán del
hospital se esforzará en crear, por medio de contactos continuos, un clima de
confianza con los enfermos, sobre todo entre católicos poco practicantes e
indiferentes. Sin ocultar injustamente la verdad, tendrá cuidado de no revelarla
bruscamente. No es superfluo insistir además para que por lo menos los
hospitales católicos y los profesionales católicos de la sanidad concedan al
capellán su propio lugar tanto en su participación en las deliberaciones del
eqipo sanitario cuanto en el acercamiento al enfermo.
6.2. Actitud de la sociedad ante la
muerte
6.2.1. En Occidente
Hoy día, la sociedad occidental
experimenta una fuga general ante la muerte. El personal médico y el de
los hospitales como las familias no están exentos de esta fuga. La representante
en el Grupo de Trabajo del Comité para la Familia, ha presentado testimonios
desconcertantes sobre las actitudes de la misma familia ante la muerte a una
distancia de treinta años: aceptación de la muerte de una madre por todos los
miembros de la familia, comprendidos los más jóvenes, hacia el 1930, fuga ante
la muerte, silencio frente a los niños, abandono de una esposa moribunda, en los
años 60. Ahora bien, mientras se empeña en retrasar el momento de la muerte
fisiológica pretendiendo aplacar los dolores, se engendra en el paciente, por
las medidas que se toman, la angustia y los más grandes sufrimientos, más
consciente éste en la mayoría de los casos de la gravedad de su estado, de lo
que se finge a su alrededor. El moribundo experimenta tristeza, sentimiento de
culpabilidad, ansiedad, temor, depresión, y todo ésto acompañado por el dolor
físico. Lo peor para él es el aislamiento, la soledad que ejerce el impacto más grave sobre su
estado psicosomático. La tendencia a apartar al paciente, ante todo de la
sociedad, luego de su familia, y finalmente también de los habitantes del
hospital, lo privan de toda posibilidad de comunicación en su angustia. Sin
embargo, de la misma manera existiría también la posibilidad de romper su
soledad sin alterar siquiera su lasitud psíquica: ¡la expresión de un rostro,
una mano tendida! A menudo, lo que él desea es una presencia silenciosa, pero la
desea con todo su ser.
La práctica
de los hospitales en Occidente está llamada así a una revisión radical. El
equipo de los hospitales, por razones fundamentadas, tiende a protegerse del
contacto obsesivo con la
muerte. Evita por tanto, estar junto al moribundo, cuya
angustia pide sin embargo su consuelo. Habrá que hacer de nuevo un buen trabajo
de equipo, médico, enfermeros, enfermeras, sin olvidarse del capellán, vigilar
que no se quite esta ayuda al moribundo.
6.2.2. En otras
sociedades
Por el contrario, otras sociedades, nos
dan un gran ejemplo del respeto al derecho del enfermo y a la asistencia de los
suyos y del derecho de la familia a rodear a su enfermo. Con frecuencia, la
familia prefiere retirar al moribundo del hospital para asegurarle el consuelo
de su presencia y, si ella es creyente, la comunión con él por medio de
la plegaria.
Sin duda, es necesario saber poner una restricción a las
exigencias de la familia y a sus pretensiones de decidir sobretodo en la materia
de tratamiento ( a menos que se trate de niños bajo la potestad paterna) y esto
por el interés del mismo enfermo. Pero por otro lado no se debe favorecer la
tendencia a prescindir de la familia, de su presencia y, en particualar, de sus
justos pedidos de información.
7. RESPONSABILIDADES DEL PERSONAL
SANITARIO
7.1. Conocimiento necesario de la
deontología
Se hace evidente que los aspectos
científicos de la profesión médica no son fácilmente separables de sus aspectos
éticos. Si bien
el desarrollo del conocimiento provee al médico de nuevos
instrumentos y de nuevas terapéuticas, con frecuencia esto lo pondrá frente a
problemas morales siempre más complejos. Se dijo antes de qué manera corresponde
en definitiva al médico tratante la maduración de su decisión en base a
criterios morales objetivo; y todavía debe conocerlos y haber sido formado a
aplicarlos en las situaciones particulares. La enseñanza de la moral de los
códigos de deontología son pues por principio una parte integrante de la
formación del personal médico y sanitario. No podría ser considerada por los
profesores y los estudiantes como una materia supererogatoria en la cual se
interesa sólo quien tiene curiosidad en ella. En los países donde rige la
tradición del common law se incita a los futuros médicos por lo menos a
informarse sobre los requerimientos de la deontología profesional, ya que, una
infracción de su parte les acarrearía sanciones penales. Pero ningún futuro
médico podría abstraerse de los intereses esenciales de los pacientes que
defiende la moral y para los cuales están formulados los códigos deontológicos.
En cuanto a la mejor manera de impartir esta enseñanza, unas veces se
consagrarán cursos especiales, otras se insistirá en ella durante exposiciones
científicas.
7.2. Opción de una
terapia
Por lo general, y a pesar de lo que
piensa cierta prensa,
un médico no se pone frente a su paciente la alternativa en
términos de “hacerlo morir” o “no hacerlo morir”. El decide por un tratamiento,
sus indicaciones y contra-indicaciones, cosas todas que exigen la consideración
de diversos factores. Esta consideración se opera a la luz de principios morales
tanto como a la de datos científicos: de aquí que el interés para una médico de
hacer entrar unos y otros en su reflexión sobre lo que debe hacer u omitir,
cuándo debe recurrir a medios extraordinarios y cuándo renunciar a ellos, por
cuál razón y por cuánto tiempo. Muy a menudo hoy día, cuando se llega a
interrogarse sobre la prosecución de una terapia, se llega también a preguntarse
si ha sido simplemente sensato comenzarla. Porque si existen razones morales
para prolongar la vida, existen también razones morales para no oponerse a la
muerte, lo que se llama “encarnizamiento terapéutico”.
7.3. Terapia pesada (terapia lourde) y
selección de las personas a tratar
Entre las cuestiones éticas que se
presentan por el recurso a «terapias pesadas», que comportan el uso de
instrumentos y técnicas altamente sofisticadas y dispendiosas, está la de la
selección de las personas a quienes aplicar un tratamiento que no se podría
hacer a todos aquellos a quienes afecta la misma enfermedad. ¿Es legítimo
explotar al máximo los recursos de la técnica médica en beneficio de un solo
paciente cuando hay tantos otros que están todavía privados de los cuidados más
elementales? Se está en el derecho de preguntarlo. Si alguien piensa que tales
consideraciones van contra la corriente del progreso, los cristianos, por su
parte, tienen el deber de tenerlas muy en cuenta en sus
apreciaciones.
7.4. Los enfermeros y las
enfermeras
7.4.1. Importancia de sus
responsabilidades
Las enfermeras tienen un papel primordial
de intermediarias entre el médico y el paciente, aun cuando muchos médicos
tienen la tendencia a considerar su función como puramente auxiliar. Por su
parte, ellas no están exentas del peligro de huir del paciente en la fase final
de su enfermedad. No se podría olvidar, sin embargo, la importancia capital que
revisten a menudo sus actos, por ejemplo, la decisión de si es necesario llamar
al médico ante un agravarse repentino del estado del enfermo, o todavía más,
aplicar o no el calmante que el médico ha dejado a su juicio para usar en el
momento oportuno, etc. Afortunadamente, en muchos establecimientos tiende hoy a
prevalecer un verdadero espíritu de equipo entre los médicos y las enfermeras;
su estrecha colaboración es esencial para el alivio y el tratamiento apropiado
del paciente.
7.4.2. Conciencia y cooperación
La enfermera, sobre todo si ella trabaja en
establecimientos o al servicio de médicos no cristianos, se encuentra situada
ante el dilema que le pone una orden del médico cuya ejecución es de tal
naturaleza que comporta daño grave, y hasta perjuicio para la vida del
paciente.
La enfermera
debe estar por encima de esto y a la defensiva para no ejecutar una intervención
que por su naturaleza no es otra cosa que un acto de muerte. Ni una prescripción
del médico, ni un pedido de la familia o una solicitud por parte de la familia o
una súplica del moribundo librarían a la enfermera de la responsabilidad de su
acción. Es diferente si ella ejecuta, por orden, actos que de por sí no producen
la muerte, si bien sabe que se ve allí un resultado ilícito (por ejemplo,
abreviar los días del enfermo, suspender un tratamiento, que no se podría
calificar de “extraordinario”, privar de su consciencia a un enfermo que no ha
estado en condiciones de cumplir con sus obligaciones). La enfermera no podría
tomar la iniciativa de semejantes intervenciones; no podría tratarse más que de
una cooperación «material» que sólo excusa una necesidad proporcionada a la
gravedad del acto puesto, al grado de su participación en el proceso global y en
la obtención del efecto inmoral, a las razones que incitan a la enfermera a
obedecer (el temor de un mal personal en caso de rechazo, un bien importante a
salvaguardar no exponiéndose al riesgo de ser despedida). En la medida en que su
condición se lo permita, la enfermera, implicada así en prácticas que su
consciencia reprueba, se esforzará no obstante por testimoniar sus
convicciones.
Es deber de
los capellanes y de los médicos católicos ayudar a las enfermeras a hacer frente
como se debe a esas difíciles situaciones.
7.4.3. Formación ética en las escuelas de
enfermeras
Todo cuanto se ha dicho en el punto 7.1.
sobre la necesidad de la formación ética del personal médico y sanitario, vale
igualmente para las escuelas de enfermeras. Las escuelas católicas de enfermeras
tienen el derecho y el deber de defender, con su enseñanza, los principios de
ética conformes con la enseñanza de la Iglesia, particularmente en los campos
que tocan el ejercicio de la profesión: valor de la persona humana, respeto de
la vida, moral del matrimonio, etc. Tienen también ellas el deber de hacer
conocer esta orientación ética a las alumnas que solicitan su admisión y el
derecho de exigir su adhesión a esos principios y su participación en los cursos
destinados a la enseñanza de la ética profesional. Las alumnas se convencerán
que se trata de un elemento esencial, de una condición sine qua non de la
formación integral de una enfermera responsable. Por otra parte, esta enseñanza
no se limitará a la presentación de una casuística, pero se tenderá a crear una
profunda familiarización con las nociones de base que son las de la vida, la
muerte, la vocación del personal asistente, etc.
7.4.4. Formación a la relación con los
enfermos graves
La familiarización del personal sanitario
con las exigencias que la muerte y el tratamiento de los moribundos presentan,
no se realiza sólo a nivel intelectual. El encuentro con el sufrimiento, la
ansiedad de los enfermos, la muerte, puede ser muy angustioso. Es una de las
principales razones que conducen hoy a una parte de los mismos profesionales a
evitar de entrar en relación personal con los enfermos incurables y a
abandonarlos a su soledad. Hay que agregar pues a la formación ética y
deontológica una real formación de la relación, especialmente de la relación con
los enfermos graves. De otro modo, la enseñanza de la ética corre el riesgo de
quedarse sin alcance real.
8. RESPONSABILIDADES DE LA FAMILIA Y DE LA
SOCIEDAD
8.1.
Educación al sufrimiento y la muerte
Los lazos entre la vida y la muerte se
han aflojado tanto, por lo menos en nuestra sociedad occidental, que la muerte
ha perdido poco a poco su significado.
La familia y
la sociedad circundante tienen sus propias responsabilidades en esta situación
reconocida como eminentemente perjudicial. La urgencia de una educación al
sufrimiento y a la muerte se impone. Esta podría ser clave, o por lo menos una
de las vías para la solución de numerosos problemas que se presentan hoy a
propósito de la muerte y de los moribundos.
8.2. Preguntas a
hacerse
La familia debe
interrogarse:
- para ver
si el sufrimiento, la muerte, el fracaso, están presentes o ausentes en sus
perspectivas de educación, desde los primeros años de la
vida;
- para medir
el lugar que ella da a los enfermos, a los minusválidos, a los que han
fracasado, a los ancianos y a los moribundos.
Sin esta
educación y esta participación al sufrimiento en la familia, sin un modo de vida
familiar que sea testimonio de amor y de fe en el valor de toda persona humana,
¿cómo se puede esperar de crear la comunicación tan deseada entre el moribundo y
su familia en los últimos instantes de la vida?
8.3. La Sociedad y la familia.
Legislación
También la sociedad debe interrogarse
para saber lo que ella aporta de válido a la familia en el cumplimiento de esta
misión educativa, sea a nivel de su habitación, de su trabajo, de su salud, de
sus problemas frente a sus miembros enfermos o ancianos.
Debe también
temer porque la solidaridad de la familia con sus miembros que sufren -en todos
los órdenes que por otra parte- se encuentra gravemente amenazada por formas de
legislaciones contemporáneas, como las del divorcio, los contraceptivos, el
aborto, y mañana quizás también la de la
eutanasia.